Nirvanas Urbanos; Transcripción acotada del discurso séptimo en Aculco.

Nirvanas Urbanos; Transcripción acotada del discurso séptimo en Aculco.

Autor: Adrián R. Nava
Imágenes: Adrián R. Nav
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Lo presentado a continuación, son líneas obra del agudo intelecto del gurú y hombre de retórica reveladora Rick Veyda, afamado marchante subterráneo de esta orbe. Quienes le han visto, y escuchado, aseguran haber vuelto a casa con los ojos más abiertos y dispuestos a la perpetua paz de espíritu.

Nosotros mismos hemos presenciado sus disertaciones públicas y hemos tenido la suerte de haberlo encontrado –y atendido cautivados- en alguna de sus pocas apariciones públicas fuera de la tierra, rondando el mármol afamado palacio de las artes, en esta misma ciudad. Mesías del trópico, piel morena, intensa pincelada con sol, acento caribeño que nadie niega como auténtico, cubierto de gabardina verde olivo cual monje excéntrico extraviado del Tíbet, ahorrando siempre sus libros en la zurda. Adelantado a su tiempo, y siguiendo las enseñanzas ágrafas de Moriarty y Ryder, hubo recorrido cada rincón del continente antes de llegar en su edad madura a nuestro país. Aprovechemos sus homilías, cualquier día se nos va. Dejamos en las siguientes cuartillas apenas un breve testimonio de su amplia sabiduría y pedimos a la figura del Buda por su entera y eterna salud.

NIRVANAS URBANOS, «Transcripción acotada del discurso séptimo en Aculco», Rick Veyda.

Esperando su tren naranja, y en pleno beso apasionado de varios minutos, una pareja joven es abordada por Rick, desenvainando este sonrisa irónica y con la arenga a gritos ya en los labios:
Hermosas parejas jóvenes estas, que en sincera sensación de infinitud, quieren devorarse mutuamente, sin tregua, comerse enteros a besos y manos en cualquier momento aunque sea un segundito; cada guiño del día les viene bien para dárselo todo. Un minuto les sabe a eternidad; la eternidad misma les sabe a instante, también, y por ello están ciertos de vivir para siempre. No hay vida que les alcance… ajenos a sí mismos creyendo que se liberan renuevan sus ataduras, las redefinen.

Han roto con ciertas deudas paternas y claro que son un poco menos presos que otros antes, pero jóvenes ingenuos, al fin, sólo han ampliado su celda. La vida propia se les va entre las manos, ventosa, lluviosa, poco densa y nada de ella absorbe su dermis al fin. No hay realidad, no la tendremos, no hay mundo, aquí no estamos ni uno de nosotros, ¿ven?

La gente se arremolina curiosa, despacio, alrededor de los tres. Dos no saben para dónde desviar la mirada apenados. El otro sigue sin timidez ni tropiezo…
«Ustedes dos aquí abrazados en calidez no cesan su deseo. Se desean constantes, a toda hora y no importa cuánto se sacien, no se sacian al fin. Nunca. Siempre hace falta un poco, un poquito de más; de pocos en pocos nunca es suficiente y cuando menos dan cuenta están como al principio, deseándose desconsolados. Qué cosa bella son ustedes dos, ustedes que son miles. Ustedes parejita casi virgen que son todos en su pasado, todos aquellos con quienes han estado antes y estarán después. Todos sus juramentos. Y luego, cuando han pasado esos todos, y antes de llegados tantos más, siguen presos de sí. Ustedes no son, nadie aquí somos, todo en el mundo es ilusión, hasta el mismo mundo; corremos en espirales.
Y no, no se va a poder. Se les irá la vida buscándose, a gatas en el cuarto sin luz, en el mundo y la vida sin luz, y no se encontrarán, al menos no lo suficiente. Viene el día en que el agua de la vida se les irá entre los besos que con desesperación persiguen. Amén por ustedes, amén para quienes estamos buscando a tientas. Amen unos a otros y dense la paz.
Nunca saciados, nunca suficientemente apagado el deseo para no querer siempre más, siempre a otros, siempre nuevamente algo un poco diferente que venga a darles lo que dentro no han encontrado en sí mismos. Las puertas se abren hacia fuera, aún encadenados no sabemos dónde dejamos las llaves. Todos fugaces ellos y ellas, pasajeros montados en flujos íntimos y a veces un poco de amor. Escaso amor, morona, cariño blando, lo pleno espera ser volteado a ver.
Temerosos de hundirse sin otros que les permitan flotar, acumulan. Juran que se hacen con cada cuerpo un poco más libres, que las alas les crecen en la espalda después de cada orgasmo. Pero se someten a sus impulsos, y papá sistema los gobierna nuevamente. La libertad no es no echar raíces, es dejar que las raíces se extiendan por la tierra entera; libertad no es tenerlos a todos, es tenerse primero a uno mismo, sin temor a la soledad.

Entonces compay Veyda casi en éxtasis, con tono burlón, no por ello no educativo, dice a todos a discreción: porque el mundo no se reduce a penes y vaginas, ¿ven?
La sociedad, obsesionada con el goce, lo sobrevalora y con ello lo trivializa. Va por ahí el hombre mendigando un poco de amor y la mujer que por fin rompe el yugo se somete a un nuevo opresor, su homónimo terrible. Somos esclavos de nosotros mismos. El represor ha encontrado un nuevo discurso, nos ha engañado con una supuesta rebeldía que sólo es más enajenación. Pero no tenemos amor, nuestros goces son pequeños, nos estamos muriendo solos sin siquiera habernos tratado bien.
Uy, no, no, pero no se desanimen.

Y la pareja incómoda aborda su tren, dejando en el aire la palabra de Rick, quien se acerca a un hombre de mediana edad que, según él a discreción, observaba morboso a la parejilla. Lo mira fijamente. Lo aborda. Lo fustiga.
Con los años el hombre promedio se achata. Podrá estar a sólo diez centímetros del par de metros, si su mente es mezquina, entrado en edad lucirá fofo, ínfimo. Míralo en su hábitat: en la calle, en el metro. El hombre suburbano carece de brillo y sus ojos desvelados miran faltos de vida. Nadie quiere ser como él, todos se encaminan a él sonámbulos, la mayoría le alcanza y le emula con precisión, inconsciente –o conscientemente- orgullosos. ¿Dónde quedaron sus pasiones, caballero?, ¿qué te pasó, mi hermano, quién te pisoteó así? ¿Dónde fueron a botarte, a dónde fueron ¡Cristo!, a tirar los huevos que diosito te dio? Se te fueron en las deudas y los hijos inesperados, en la mujer o el hombre con el que te quedaste porque no viste qué más hacer. Seguiste fiel el ciclo, no te queda más que irte a morir. ¿Por eso les tenías la mirada fija a los muchachos aquellos, no? Era limpia nostalgia de otros tiempos felices, no mero morbo ni un guardadito de erección para la paja nocturna. Yo pude verlo en tus ojos. Eres casi iluminado, pero tienes miedo.

Todos tenemos miedo. El futuro nos traicionó y nos pegó duro cuando estábamos adormilados. Ni siquiera lo sentimos llegar. Sólo vino y ¡toma!, y nos quedamos ahí adoloridos lamentándonos por no haber imaginado que sería así. Se nos están yendo los años. Y seguimos peleando por un lugar, por nuestro espacio, por unos centavos más para el viaje lleno de fotos, para el alcohol del fin de semana y los uniformes de los escuincles. Acaso para zapatos nuevos que gastaremos corriendo al trabajo para enriquecer a alguien más. La vida da placeres. Demos gracias al señor. Mientras en vajilla fina el pueblo devora sustancioso platillo de circo para todos en pantalla plana, seguimos con hambre, seguimos ignorantes, no vamos hacia lugar alguno. ¿Tienes miedo? ¿Quién te ha quitado la furia, quién y cómo te extinguieron?, te robaron el coraje y llenaron tu pecho de costos, menús, direcciones y anécdotas triviales, de historias que arrullan sobre las últimas vacaciones, del restaurante elegante que apenas pudiste pagar, de presupuestos e impuestos y rentas y compras de despensa básica. Quieren todos vivir en el mar, en el puerto, pero no saben nadar. Quieren el lujo del costoso carro y el viaje por el mediterráneo en yate enorme, pero conducen con ojos cerrados y navegan sin saber el norte.

Interrumpiendo el connato de respuesta o desaire del hombre, Veyda se encamina a la revelación…
No, no, no, ni me digas, huelo tu miedo, hueles a miedo guardado toda la vida. El niño que fue obligado a dibujar flores del mismo color siempre, el muchacho burlado que tuvo más “no’s” que besos adolescentes, el adulto joven que pasaba las tardes en el porno porque no tenía con quien salir.

El hombre maduro cuyo mejor amigo es la televisión dominguera. Te bendigo. Bendito el hombre promedio que se dice fuerte cuando no puede ser más pequeño. Te golpearon con martillo hasta moldearte en cuadrado perfecto, luego te contaron la historia del héroe de la calle, del despojado que heredará la tierra, del hombre bueno que se gana la gracia del padre con su sumisión. Pero, te digo, hay algo allá esperando, esperándote. La angustia y tentación se irán.

Hay algo allá fuera buscando por ti, algo que también buscas pero aún no das cuenta; ha esperado por ti desde tu alumbramiento y no se llama destino: te estás esperando. Allá fuera estás y de pronto un día te mirarás pleno y no habrá más mal rodeándote. No tengas miedo. No habrá salvador, habremos de salvarnos nosotros mismos, sálvate. Ándale, ahí viene tu tren, súbete y ve a encontrarte. No vayas al mismo sitio de siempre, desvíate, sé un extraviado, mátate de una vez si quieres nacer mañana. Mientras vivas, sigues estando a tiempo.

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